viernes, 14 de noviembre de 2014

Cenizas de ti.

Maldita sea, coge este corazón que tanto me atormenta y conviértelo en pequeños trozos de un músculo despellejado. Cuando lo hayas destrozado, pisoteado y escupido, arréglalo, pon cada trocito donde corresponde. Tampoco te esmeres mucho en tu trabajo; faltarán segundos para que vuelva a desplomarse. Hazme llegar al límite, a llorar y a dejar de sentir mis piernas por huir de todo. Conviérteme en cenizas y déjalas caer en algún sitio olvidado donde pudrirme junto con los de mi calaña. No me mientas, joder, deja de hacerlo. Deja de regalar te quieros como si algún significado tuvieran para ti. No me regales tu compasión ni tus consejos. Sólo déjame ser los despojos de lo que ha existido de mí, o de lo que creo que ha existido. Me importan una mierda Tchaikosvky o Ígor Stravinski si no me van a destrozar los oídos. Que me importan una mierda Bukowski o Neruda si no hablan de ti y que me importan una mierda los días si no puedo llorarte. Y no puedo evitar escribirte sin sentirme una basura, una basura adornada con baratijas. Una basura, que por mucho que quieras, nunca va a merecerte. Por eso, y solo por eso, conviérteme en cenizas. Deja que me pudra y vete. Pero si te vas, no dejes nada de ti en mí, porque si lo haces, tendré más razones por las que adentrarme en el frío vacío de tu ausencia.

sábado, 4 de octubre de 2014

Llegaste tarde, querida.

Bailé junto a ella al compás que nuestros corazones marcaban. Gritó que me amaba más a mí que al mismo aire que se va y te quita la vida. Lloró diciendo que nadie me querría tanto como ella y prometió no soltarme nunca.

Cayó la noche y venía con tormentas tan fuertes que inundaron mis ojos. La lluvia se llevó su hermoso rostro junto con sus caderas. Era morena; con un pelo tan negro como falsamente transparente; negros los ojos que bien podían ser una ventana que mostraba su dolorosa y silenciosa alma, que desgarradoras miradas que reflejaban ira y tristeza. Sus labios eran tentadores, estaban un poco agrietados pero aún así eran demasiado apetecibles. Y vaya manera -la suya- de provocarme para bailar con algo tan peligroso y oscuro como lo era ella. Elegante, poderosa, seria y misteriosa. Era la muerte -en carne y hueso- pero era la muerte y yo bailé con ella. Atractiva como los gatos negros y pura como los blancos. Esa misma tarde y en esas mismas cuatro paredes en la que jugamos con mi vida, lo único que pude sollozar -entre movimientos en los que me balanceaba y risas demenciales- fue un simple "llegas tarde". Y es verdad, llegó tarde, me consumió, jugó conmigo y me castigó por invitarla a una sobredosis.

La llamé durante meses, de todas las formas posibles, a todas horas. Necesitaba hablar con ella, negociar algunos asuntos y firmar el contrato con pastillas y una botella de vodka. Empecé a volverme loca, debía cobijarme entre sus brazos del mundo exterior. Pero no llegaba. No venía. Llegué a pensar que no existía, que seguramente me lo había imaginado. Pero era imposible, era todo demasiado real para ser una simple trola. Hasta que aquella madrugada, a las 4:53 apareció. Por fin mis gritos sordos, mis inacabables llantos y mis ensangrentados puños dieron los resultados que tanto quería. Un dolor atormentador reinaba en mi cabeza cuando la vi con su elegante y negra túnica acercándose. Me puse en pie de golpe al ver que intentaba mascullar alguna cosa que yo no acababa de entender.

-No, no te vayas. -me dijo ella, con una sonrisa que parecía más bien triste y con una mirada de compasión (que quién iba a decir que alguien así iba a sentir lástima por mí)

-Ya no tiene sentido que me quede. -respondí.

Ella añadió algo de valentía en mí y cogí las pastillas.

sábado, 27 de septiembre de 2014

Odette.

A mucha gente se le hace complicado arrancar, empezar un texto. Yo, sin embargo, tan sólo necesito tu sonrisa para escribir, o para intentarlo. Ya sabes que estas cosas no se me dan bien pero tampoco creo que importe. Escribo las mierdas que me hacen pensar en ti, y se me calan los huesos cuando visualizo tu mirada y tus labios. Una de las grandes obras de Tchaikovsky suena entre las paredes de mi habitación y me gustaría ser tu Carla o que tú fueras mi príncipe Cascanueces. Bailar entre mis sueños y cobijarme en tu sonrisa de los copos de nieve. Ir hasta el Reino de las Golosinas y que varios bailarines, de diferentes partes del mundo, bailen para nosotros. Que cuando acabemos este viaje por un mundo de ensueño, me despierte y la realidad no sea menos maravillosa. También podría ser Odette -el cisne blanco- y tú el príncipe Sigfrido para morir juntos y que en nuestro último acto salgamos volando de esta realidad para sumergirnos en el lago de la eternidad. Y es que vaya tragedia ésta de amar como lo hacía Odette.

              Que si Bécquer, Bukowski o Benedetti te hubieran conocido se darían cuenta de lo pequeña que se queda la poesía para ese marrón de ojos. Y con un breve pestañeo te digo que ni Salinas ha escrito versos tan bonitos como los que me ha dedicado tu corazón.  Mis manos quieren saberte de memoria y mis labios hacer una degustación de tu boca. Perderme entre tu métrica y encontrarme entre tus brazos. Inundarme entre tus piernas y despertarme con tus uñas clavadas en mi espalda. Hablo de ti, de tu sabor, de tu tacto y de como tu sonrisa se plasma en mi prosa. Creo que las palabras se me escapan de entre los dedos y se está haciendo demasiado meloso y repetitivo -aunque cómo no hacerlo si no tengo otra inspiración más bonita que tus manos acariciándome las caderas para pasar a un mundo subterráneo en el que vivir aventuras inolvidables-. Aventuras especiales o espaciales, de universos, galaxias y estrellas, de contar lunares en tu espalda y quedarme dormida en tu pecho. De besarte tímidamente mientras acaricias mi espalda desnuda y nos tumbamos en la cama. Yo encima, tú debajo y jugamos a ser dos adolescentes hormonados hasta el cuello. Enlazamos nuestros cuerpos, nos unimos y ahora, por fin, hemos creado ese 'nosotros' con el que tanto tiempo habíamos fantaseado. Somos arte, magia, versos, poemas, métrica y prosa. Somos todo eso cuando bailamos en la cama de aquel desdichado motel al son de las rimas más intensas de Neruda.

              Somos.

lunes, 25 de agosto de 2014

Locos muriendo por amor y yo matando por ti.

Me he enamorado del frío, de la lluvia y de la noche, de las ciudades en plena madrugada, de las lágrimas de unos ojos que jamás brillarán, de las margaritas rotas por saber si me quieres, del marrón de tus ojos, de tu magia, de los lunares en tu espalda, de besos intensos en Alaska y de callejones sin salida. Que las mejillas se me tiñan de morado y mis labios empiecen a sangrar. Y quedarme dormida en cualquier lugar donde me abrace tu alma. Quiero saber que es eso de querer, y quiero saberlo contigo. Quiero ser tu poema, tu musa, tu métrica; la felicidad en tu vida. Necesito ser tu mejor susurro, tu compañera, los brazos que te calienten en plena ventisca y la persona que repare tus pedazos. Pretendo ser de la que te enamores y a la que no entiendas. Que estas palabras dejen de gritar tu nombre y el frío no me cale en enero. Y que mis manos no mueran de hipotermia porque no estás. Quizá la que no esté soy yo, pero qué más dará si no soy capaz de llenar tu vacío. Y quiero, quiero acabar con tu caos, con tu dolor, con tu apatía y con tus domingos. Tristes domingos...

     Nunca he creído en la magia pero descubrí que existía cuando te conocí y supe que quería ser tu verso, tu poema; o tu musa y prosa, yo qué sé; pero supe quería formar parte de este don que tienes de convertir las palabras en un mundo inolvidable al cual escapar de la realidad si se me antoja. Y qué decir de la risilla tonta que se te escapa siempre que te dicen "idiota" y del deseo que tengo de perderme entre tu boca. Y es que qué labios, joder, vaya paraíso es ese para quien busca cobijo en pleno febrero. Hablemos, también, de que he aprendido a quererte en silencio por si algún día llegas y me abrazas, decirte todo lo que me he estado callando por miedo a ser rechazada. Porque tú le has dado vida a mis palabras y a mis sentimientos.

     Y mira cuántos locos muriendo por amor cuando podrían dedicarle los versos más bonitos esta noche a él, a ella o a su estúpida y luminosa sonrisa. Joder, eso sí que es poesía.

miércoles, 20 de agosto de 2014

Deshagámonos juntos.

Su sonrisa va quebrándose a medida que dibuja en el cristal de la ventana todo aquello que siempre quiso hacer con él. La noche está estrellada y pequeñas gotas de lluvia se deslizan delicadamente por su ventanal. Ella mira al cielo y piensa en todos esos domingos de amor sin amor y sin él. Se los imagina a los dos, enredando sus lenguas con un toque de vergüenza y otro de pasión. Intercambiando multitud de caricias, sonrisas y miradas pícaras. Ella desea que cada fibra de su piel se excite con el contacto de sus carnosos labios en el cuello. Besos lentos, suaves, delicados y, sobretodo, llenos de lujuria. Siente esa ansia de aferrarse a él y de querer abrazarle que no le deja dormir por las noches. Quiere poder despertar a su lado sintiendo el calor de sus cuerpos enlazados. Necesita ser querida, deseada, amada y llegar a tocar el cielo con tan solo una caricia.Y sigue soñando. Sueña con sus marrones ojos, aquellos que tan encaprichada la tienen. Prefiere esos ojos oscuros antes que unos que reflejen la mar. Serán marrones, sí, pero son los ojos más bonitos que ha visto en toda su vida. Nunca alguien le había transmitido tanto con una sola mirada. Incluso sus disimuladas ojeras la tienen loca. Su sonrisa debería ser reconocida como la octava maravilla porque Dios mío, quien pudiera besar cosa tan hermosa. Y su voz tan tierna y dulce tendría que ser escuchada cada mañana al despertarse. Ella quiere todo eso. Ella lo quiere a su lado. Para siempre.

Se acomoda en la cama mientras sigue con la mirada fija en el cielo. Pequeñas lágrimas empiezan a recorrer sus mejillas y le duele. Se siente como si estuviera caminando entre pedazos de un cristal hecho trizas. Como aquellas estrellas que crecen y de cada vez brillan con más intensidad hasta que explotan y poco a poco desaparecen. Y es que, ¿cómo va a querer alguien tan maravilloso como él a una chica tan ordinaria como ella? Es totalmente impensable, pero le encanta imaginarse lo que sería una vida juntos cada noche a las doce en punto. Y así acaba hundida en la miseria. Todas las noches los mismos sueños, las mismas lágrimas y los mismos sentimientos. Vuelve a acomodarse para esta vez quedarse tumbada en la cama. Apaga la luz y todo queda a oscuras quitando con la pequeña claridad que proporciona la Luna. Sus lágrimas no cesan y caen como gotas de lluvia sobre sus labios. El sabor es salado, el sentimiento amargo. Y fantasea de nuevo con que él transforme sus fríos inviernos en cálidas primaveras. Que haga de su desastre una ventura y de sus sueños algo real. Que la quiera, si es que no pide nada más.


miércoles, 13 de agosto de 2014

Aquí me ves, escribiéndole a alguien que ya no está.

Me dijeron que te fuiste, que dejaste de existir en mi vida, en la de todos. Que ya no volverías a ver amanecer con una taza de café frío como tanto te gustaba. También me contaron que no verías más la Luna, que no podrías volver a ver las estrellas brillar en el infinito firmamento. Me dijeron tantas cosas que dejé de prestar atención cuando escuché la palabra "muerto". Me quedé plantada en el duro asfalto y fijé la mirada en aquella boca que intentaba decir algo que yo no escuchaba, porque no quería, porque no lo necesitaba. Todo lo que estaba a mi alrededor empezó a fundirse entre las lágrimas y mi cuerpo cayó al suelo. Me desplomé sin más y cuando quise darme cuenta estaba sollozando, temblando de ansiedad. No podía creerlo, tal vez no quería pero ¿qué más daba todo si ya no estabas?

A día de hoy sigo vagando por las calles de mi mente buscando, tal vez, un sitio donde encontrarte. Y sí, aún me quedan ganas, porque al fin y al cabo, sigo con la esperanza de toparme contigo algún día. Aunque me he dado cuenta de que por mucho que te busque y crea encontrarte, siempre estará la realidad de por medio. Se han resuelto muchas cosas en más de un año, pero otras siguen ahí y parecen no resolverse nunca. Porque siempre van a estar ahí. Siempre vas a estar ahí. Me agobio, me estreso y me hundo.

La vida ha hecho de mi corazón harapos y se ha limpiado con ellos. Todo me sabe a gris, a domingo, a amargura y resentimiento. Y así está todo jodido. Reconozco que te echo de menos, joder si lo hago. Y al final no seré más que una esclava de tu recuerdo. Una esclava de ti. Una esclava que no para de buscarle un sentido a todo es esto. Una esclava a la que dueles. A la que matas. Al fin y al cabo, una esclava del dolor.


domingo, 3 de agosto de 2014

No, no eres la Luna, eres Venus.

Te miras al espejo y te odias, tanto por fuera como por dentro. Y tienes miedo de derrumbarte frente al espejo, una vez más. Coges el rotulador permanente y empiezas a garabatear en tu piel. Dibujas líneas por todas esas partes de tu cuerpo que no te gustan, que desearías cambiar. Y acabas con el cuerpo negro. No te gustas, ya no. Tampoco te gusta el café que te tomas cada mañana. Sabe a agua de alcantarilla. Pero igualmente lo tomas porque es parte de tu rutina. No, eso no te gusta. La rutina es aburrida, como tú. Ya no hay caos en tu vida, olvida todo aquello, ahora no eres más que tormenta. Te has hecho pedazos, otra vez. Deja de mirarte, no haces más que torturarte. Ese espejo, Dios santo, ¡rómpelo! Deshazte de él. Es un reflejo de tus demonios, de tu tormenta. No la mires, no los mires. Tus demonios son tus miedos... eres tú.

Odias las rutinas, pero no haces más que adaptarte a ellas. Todas las noches te tomas aquel café horroroso mientras te sientas a observar la Luna. Y qué bonita es ¿verdad? Y mientras te quedas aturdida por su belleza empiezas a pensar en ti. En el mismo orden. Siempre. Empiezas avergonzándote de ti, odiándote. Sabes que nunca llegarás a ser tan hermosa como la Luna, jamás. Nadie te prometerá como lo hacen los adolescentes. Nadie te deseará, ni romperás esas promesas de jóvenes. No brillarás nunca. Después sientes que eres una  decepción. Un lastre. Una carga. No haces más que recordártelo. Una y otra vez. Y te quejas mientras te consumes. Mientras todo lo que un día fuiste se desvanece. Y no, no eres la Luna, eres Venus.

Algún día te querrás, te lo prometo. Algún día dejarás de ser tú para convertirte en Venus, la diosa de la belleza, del amor.


                                                                                                          Algún día, lo juro.